El novelista escocés Ewan Morrison se sorprendió —y a la vez se divirtió— al descubrir que supuestamente había escrito un libro titulado Nine Inches Pleases a Lady. Movido por la curiosidad sobre los límites de la inteligencia artificial generativa, le pidió a ChatGPT que le enumerara los 12 libros que había escrito. “Solo he escrito nueve”, aclara Morrison. “Siempre deseosa de complacer, la IA decidió inventar tres títulos más.” Uno de ellos, con su sugerente mención a “nueve pulgadas”, tomaba prestada una expresión de un poema subido de tono de Robert Burns. “Simplemente no confío en estos sistemas cuando se trata de la verdad”, sentencia el autor. Aún no ha escrito Nine Inches —“ni su secuela, Eighteen Inches”, bromea—. Su obra más reciente, For Emma, explora las consecuencias humanas de los implantes cerebrales con inteligencia artificial.
Aunque sigue con atención los avances de tecnologías como ChatGPT de OpenAI, Morrison evita por completo su uso tanto en el plano personal como profesional. Forma parte de un grupo creciente de personas que se resisten activamente al uso de la IA generativa: algunos temen su poder y su potencial para causar daño, otros la consideran sobrevalorada y más problemática que útil, y hay quienes simplemente prefieren la interacción humana antes que la robótica.
En las redes sociales es común encontrarse con defensores de la IA que descalifican a estos “rebeldes” como retrógrados ignorantes —o incluso como hipsters pretenciosos—. En lo personal, podría considerarme parte de ambos grupos: mis pasatiempos parecen sacados de una comunidad Amish (juegos de mesa, jardinería, cría de animales) y escribo para The Guardian. Algunos amigos no paran de recomendar ChatGPT para resolver dudas sobre crianza, y conozco a alguien que lo utiliza todo el día en su consultora. Sin embargo, yo no lo uso desde que jugueteé con él tras su lanzamiento en 2022. Tal vez ChatGPT podría haber escrito mejor esta nota, pero fue redactada a mano con palabras “orgánicas” desde mi estudio artesanal de escritura. (Sí, en realidad fue desde la cama.) Podría haber deducido los pensamientos de mis entrevistados usando sus redes sociales y publicaciones académicas, como haría ChatGPT, pero fue mucho más placentero llamarlos por teléfono y charlar, de humano a humano. Dos de ellos fueron interrumpidos por sus mascotas, y cada uno me hizo reír de alguna manera. (Confieso: el audio fue transcripto por inteligencia artificial.)
En X (ex Twitter), donde Morrison a veces debate con entusiastas de la IA, suele recibir el insulto de “decel” —abreviatura de “deceleracionista”—, aunque le causa gracia que lo tilden de quedarse atrás. “Nada desacelera tanto como no cumplir lo prometido. Estrellarse contra una pared es una gran forma de desacelerar”, afirma. Un estudio reciente reveló que más del 60% de las respuestas generadas por IA contienen errores.
Morrison empezó a interesarse por el debate tras lo que hoy describe como “miedos alarmistas sobre una posible superinteligencia descontrolada”. Sin embargo, cuanto más profundiza en el tema, más convencido está de que esa amenaza es una ficción. “Es un cuento que se ha vendido a los inversores para que inyecten miles de millones —de hecho, medio billón— en esta carrera hacia una superinteligencia artificial. Es una fantasía, un producto del capital de riesgo llevado al extremo.”
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